ESTILO DIRECTO
La automovilista (negro el vestido, negro el pelo, negros los ojos pero
con la cara tan pálida que a pesar del mediodía parecía que en su tez se
hubiese detenido un relámpago) la automovilista vio en el camino a
una muchacha que hacía señas para que parara. Paró.
—¿Me llevas? Hasta el pueblo no más —dijo la muchacha.
—Sube —dijo la automovilista. Y el auto arrancó a toda velocidad por el
camino que bordeaba la montaña.
Autor: Enrique Anderson Imbert, La muerte
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